martes, 13 de septiembre de 2016

ESCULTURAS CON HUESOS DE RICARDO LONGHINI Y ALBERTO HEREDIA

(Arriba: Ricardo Longhini)

Esta semana, la sección más enferma y decadente del blog, CAITE CADAVER - ARTE CON RESTOS DE MUERTOS, presenta la obra de 2 escultores argentinos que trabajan con huesos reales.
La historia y la memoria son temas recurrentes en los ensamblajes de RICARDO LONGHINI. Por eso no extraña que se valga de objetos viejos y encontrados. En alguna ocasión hizo una escultura con casquillos de bala que se encontró luego de la violenta represión a una manifestación política. En otra, aprovechó pipas artesanales usadas para fumar pasta base y candados violados durante robos.


DE LA SERIE DEMOCRACIA  ARGENTINA
Así los recordará el pueblo, 2004. Huesos de ganado de Sonne, trochador, hierros:
Entre la realidad y el deseo, 1989/2003. Cadenas, sierra, puente de mando de la favorita Don Enrique:
Pampita… argentina?, 2004/2005. Sierra, alambre de púas israelí, clavos, chapa plegada, madera de California, ombú:

DE LA SERIE EL FRACASO DE LA MEMORIA HUMANA
Miente miente, que algo quedará, 2004/2005. Cuchillas de carnicero, carteles esmaltados, foto esmaltada de A.SH., huesos de ganado, madera, hierro:
La juventud, 1972:
(Imágenes del libro Ricardo Longhini. Democracia argentina - El fracaso de la memoria humana. 2005, Asunto Impreso Ediciones.)

Los tótems, banderas y relicarios de Longhini, hechos con huesos y hierros, son en parte descendientes de los monstruos dientudos que Alberto Heredia (1924-2000) elaboraba en los años 70, en sus series de Los Amordazamientos y Las Lenguas:

viernes, 9 de septiembre de 2016

JOSEPH BRODSKY: CAPADOCIA

Un poema del último -y póstumo- libro de Joseph Brodsky, Etcétera (So Fort, 1996).
Brodsky (1940-1996) fue un poeta ruso ganador del premio Nobel de literatura en 1987. En “Capadocia”, hace gala de su habitual ironía para contarnos sobre una antigua guerra (año 89 a. C.) parecida a todas las guerras.
Traducción de Alejandro Varelo (Cátedra, 1998).



CAPADOCIA

Ciento cincuenta mil guerreros de Mitrídates, rey del Ponto
-caballería, arqueros, armaduras, espadas, lanzas, cascos, escudos-,
entran en un territorio extranjero llamado Capadocia.
El ejército se ha extendido en varias millas. Los jinetes lanzan alrededor
miradas tenebrosas, siniestras. El espacio, avergonzado de su desnudez,
siente que, con cada paso, lo lejano se convierte con prudencia
en cercano. Sobre todo en las montañas, cuyas
cumbres, igualmente cansadas del púrpura
del alba, del lila del crepúsculo, del albornoz de las nubes,
ganan, debido a la mirada penetrante de los extranjeros, agudeza
marmórea, si no claridad. El ejército parece
desde lejos como un río que serpentea por las piedras,
cuyo nacimiento hace lo que puede para no rezagarse de su 
    desembocadura,
que, a su vez, vuelve la vista de vez en cuando para ver su manantial
    rezagado.
Y cuanto más hacia el este se dirigen las tropas, más se convierte este
    terreno
escaso –como si se mirara a un espejo desde su caos fangoso y perdido-
temporalmente en un fondo impasible y sublime
de la historia. Muchos pies que se arrastran,
maldiciones, tintineo de arreos, de estribos al chocar con la vaina,
alboroto, un bosque de espadas. De repente, con un grito
entrecortado, el escolta de a caballo se queda congelado; ¿es un fantasma, 
    o…? 
En la lejanía, sustituyendo al paisaje, cubriendo toda la meseta,
aparecen las legiones de Sila. Sila, olvidándose de Mario,
trajo aquí las legiones para aclarar a quién,
a pesar del estigma de la luna de invierno,
pertenece Capadocia. Habiéndose detenido, el ejército se está
preparando ahora para la batalla. La meseta, amplia y pedregosa,
por última vez parece un lugar donde nadie ha muerto.
Chispas de hoguera, explosiones de risa, de cantos como “El zorro era 
   astuto”.
Estirado en la piedra desnuda, el cuerpo fornido del rey
Mitrídates contempla el pecho perenne y lechoso, los tendones,
los bucles mojados, los muslos suaves, el torso de un sueño.

Lo mismo contempla el resto de su tropa y también
las legiones de Sila. Lo que demuestra, al menos,
no la falta de elección sino la plenitud de la luna. En Asia
el espacio tiende a ocultarse de sí mismo, y de la frecuente
embestida de la monotonía, en su conquistador; por lo general
en la cabeza, la armadura, la barba que, para facilitar las cosas,
envuelve con la luz de la luna. Bajo este manto plateado
las tropas ya no son un río orgulloso
de su longitud sino un lago manejable cuya profundidad, en apariencia,
es exactamente lo que el espacio, al vivir aquí recoleto, necesita,
ya que esa profundidad es proporcionada a las muchas leguas recorridas.
Por ese motivo a menudo los partos, a veces los romanos (actualmente
ambos) se introducen en Capadocia. Los ejércitos son
esencialmente agua, sin la que ni las mesetas ni las
montañas sabrían cómo son de perfil, y mucho menos

en face. Dos lagos dormidos, con el mismo trozo de carne flotante
en su interior, brillan por la noche como el triunfo de flora sobre
fauna, con el objeto de fundirse, al amanecer,
en un barranco y convertirse en un espejo común muy apropiado
para poseer toda Capadocia: rocas, lagartos, cielos… salvo el óvalo
de nuestros rostros. Sólo, quizá, una gran
águila en la oscuridad de la altura, acostumbrada a las alas y al pico,
sabe lo que hay en el futuro. Mirando hacia abajo con total
apatía, normal en las aves –pues, al contrario que un rey,
un ave es repetible-, un águila que se cierne
sobre el presente se cierne naturalmente sobre el futuro
y, por supuesto, sobre el pasado: en la Historia, en su tardía
representación, en la fricción –la forma en que suena-
de algo temporal contra algo
permanente, de la forma en que las cerillas rayan

el papel de lija, un sueño la realidad, las tropas un terreno. En Asia
los amaneceres son rápidos. Algo gorjea. En cuanto
te levantas, un temblor te recorre la columna vertebral
e infecta de frío a las sombras obstinadas, que se aferran a la tierra,
soñolientas, de patas largas. La neblina lechosa
del amanecer con sus toses, relinchos, bostezos y frases a medias,
con su ruido de armaduras, ordena que se levanten.
Y observado por medio millón de ojos,
el sol pone en movimiento miembros, lanzas, todo tipo de metal afilado,
jinetes, soldados de a pie, arqueros, carros. Los cascos brillan
y las tropas marchan unas contra otras como las líneas
de un libro cerrado  de golpe por la mitad;
como, más apropiadamente, dos espejos, dos escudos; como dos
rostros, dos partes de la suma, en vez de la summa
que da como resultado la diferencia y que resta a Sila
de Capadocia. Cuya hierba –que tampoco nunca
supo qué aspecto tiene- gana más que nadie
de los gritos, el estruendo, el ruido, la sangre coagulada
de estos choques y empujones, mientras sus ojos verdes estudian
detenidamente los añicos de una legión destrozada
y de los partos caídos. Agitando ampliamente su aguda espada, el rey
Mitrídates, sin pensar en nada,
cabalga hacia adelante en medio del caos, de las armas cruzadas, del jaleo.
La batalla parece desde lejos como un “aaagh” cincelado en piedra,
o como el azogue de un espejo que se ha vuelto
loco al ver a su brillante doble.
Y con cada cuerpo que cae desde las filas encima de este claro pedregoso,
el terreno, semejante a una brizna taciturna,
pierde su agudeza, se enturbia en el sur y se enmohece
en el este; la silueta parece recuperar su justo
reinado. Así es como los caídos se llevan al otro mundo
su trofeo: los rasgos de una Capadocia de nadie.

1992

COMIXXX UNDERGROUND: BLUDGEON FUNNIES!, DE ROBERT WILLIAMS

En el capítulo de esta semana de “Escaneando y pirateando”, les tenemos una joyita ensangrentada de la época de oro del comix underground estadounidense: “Bludgeon Funnies”, de Robert Williams, aparecida en el Zap Comix #5 en mayo de 1970. Williams tenía 27 años cuando la dibujó.
Existe un documental sobre este historietista, “Robert Williams Mr. Bitchin”, dirigido por Mary C. Reese, Doug Blake, Nancye Ferguson, Michael LaFetra y Stephen Nemeth.
(PARA LEER LA HISTORIETA: AUMENTAR EL ZOOM DE ESTA PÁGINA, O: BOTÓN DERECHO DEL RATÓN-“ABRIR ENLACE EN UNA PESTAÑA NUEVA”-AUMENTAR LA IMAGEN USANDO EL RATÓN COMO LUPA Y DANDO CLICK A BOTÓN IZQUIERDO)
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miércoles, 7 de septiembre de 2016

WALTER DE LA MARE: 2 POEMAS PARA NIÑOS (Versiones de Eliseo Diego)

(En la foto, William Butler Yeats y Walter de la Mare, por Lady Ottoline Morrell)

Poco traducido al español, Walter de la Mare (1873-1956) fue un escritor inglés muy apreciado por su poesía y sus cuentos de Terror.
Según Eliseo Diego, autor de las versiones que presentamos a continuación, el tema central que obsesionaba a de la Mare era la vulnerabilidad de la inocencia: “…jamás insultó a los niños rebajándose a su «tamaño», como hacen algunos. Es más, cierta vez afirmó: «Lo mejor no es bastante bueno para ellos». Palabras que muy bien pudo haber dicho José Martí. Véase, si no, su La Edad de Oro (Eliseo Diego. Conversación con los difuntos)”.
H. P. Lovecraft escribió en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura: “La obra del poeta Walter de la Mare merece los más altos elogios como la de un vigoroso artesano para quien el mundo invisible y místico es una realidad cercana y vital. Era un poeta cuyos versos fantasmales y exquisita prosa están sellados con las huellas de una misteriosa visión que cala hondamente en las esferas veladas de la belleza y las tremendas y escondidas dimensiones del ser humano (Supernatural horror in literature, 1927, revisado en 1936).


¡Ay de mí!

¡Ana, corre, Ana, ven!
¡Ana, ven tú también!
Hay un pez que nos habla
dentro de la sartén.
Afuera del aceite,
claro como un cristal,
alzó su boca y dijo:
«¡Ay de mí, por mi mal!»
¡Oh, qué triste, qué triste!
«Por mi mal, ¡ay de mí!»
Volvió luego a sus chispas
y hundióse al fin allí.


La pequeña Fina T.

Es la cosa más rara,
así ninguna fue,
lo que Fina T. come
se vuelve Fina T.
Potaje y mermelada
o lascas de majá,
tortuga o merenguitos,
a ella qué más le da;
vacío queda el plato
aunque el Sr. Sinfín
comparta la comida
con Doña Retintín.
Alegre y menudita
y pulcra se la ve,
y todo lo que come
se vuelve Fina T.


Alas, Alack!

Ann, Ann!
Come! quick as you can!
There's a fish that talks
In the frying-pan.
Out of the fat,
As clear as glass,
He put up his mouth
And moaned 'Alas!'
Oh, most mournful,
'Alas, alack!'
Then turned to his sizzling,
And sank him back.


Miss T.

It's a very odd thing-
As odd as can be-
That whatever Miss T. eats
Turns into Miss T.
Porridge and apples,
Mince, muffins and mutton,
Jam, junket, jumbles
Not a rap, not a button
It matters; the moment
They're out of her plate,
Though shared by Miss Butcher
And sour Mr. Bate;
Tiny and cheerful,
And neat as can be,
Whatever Miss T. eats
Turns into Miss T.


VISITA LA 
Pequeña guía turística de literatura para frikis, fantasmas y moribundos:
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