'CIUDAD ESPEJO, CIUDAD
NIEBLA'
Gerardo Horacio Porcayo. Editorial
Selector. 1997.
“Cerradura
intacta. Introdujo la llave y la giró despacio, como no queriendo despertar a
sus fantasmas. Nada. Encendió las luces
Revisó
todos los cuartos hasta convencerse de que no había peligro. Entonces vio el
sobre, tirado cerca del filo de la puerta.
Venía
a su nombre, sin cerrar. El remitente firmaba como “Panteón Municipal”. Extrajo
la carta. Una sola hoja, cruzada de extremo a extremo por grandes letras mal
trazadas y escurridas. Acercó el papel a su nariz. Era sangre, sin lugar a
dudas. Un mensaje escueto, contundente: Saludos de Arturo, Alfredo, Joaquín y
Matías.
Al
principio no identificó el rumor que atravesaba la ventana. Sólo al principio,
Otra vez la risa, la maldita y cavernosa risa. Corrió hacia la venta,
abriéndola. Una silueta alta y espigada se erguía entre las sombras, frente a
un Galaxy mal aparcado. Y reía. Sus ojos fijos en Próspero, iluminados.
La
sangre subió hasta su cara. Quiso reventar en un grito que su cerebro no
conseguía estructurar.”
(Gerardo
Porcayo. Ciudad Espejo, Ciudad Niebla)
Gerardo Horacio Porcayo Villalobos (Cuernavaca, Morelos, 10 de
mayo de 1966) publicó en 1993 La
primera calle de la soledad (Fondo Editorial Tierra Adentro), considerada
la primera novela ciberpunk mexicana. Que la ópera prima de uno sea la iniciadora de todo un subgénero en el
país de origen, es entrar al mundillo de las letras ganando por nocaut.
Las expectativas levantadas por las mañas de
este escritor fueron confirmadas con su segunda novela publicada, CIUDAD ESPEJO, CIUDAD NIEBLA (Editorial Selector.
1997).
Porcayo es parte de una generación que a finales
del milenio pasado expandió las posibilidades de la literatura fantástica en México. Contemporáneos del morelense
que también hicieron lo suyo son Ricardo Guzmán Wolffer, José
Luis Zárate (Con quien Porcayo publicó la revista virtual de CF La Langosta se ha Posado), Miguel
Ángel Fernández, Arturo César Rojas, Federico Schaffler, Alberto Chimal o Mauricio Molina,
por nombrar algunos.
El ciberpunk, subgénero al que pertenece la
primera novela de Gerardo Porcayo, es una fusión entre novela negra -policiaca-,
y ciencia ficción. Para su segundo trabajo, el escritor intentó una mezcla
similar, ahora de narrración neogótica de terror -o dark-, con novela negra.
Esta
segunda obra extensa puede considerarse de transición, en el sentido en que algunas
de sus siguientes novelas (Como Dolorosa,
publicada en 1999 por Times Editores) son abiertamente góticas, de vampiros,
mientras que CIUDAD ESPEJO, CIUDAD NIEBLA,
se mueve a tientas entre el realismo y lo sobrenatural. Es una historia aún más
elusiva, misteriosa en su ambigüedad de géneros, y de ahí surgen algunas de sus mayores
cualidades.
En
la contracubierta del libro, podemos leer la sinopsis: “CIUDAD ESPEJO, CIUDAD NIEBLA es un thriller en el cual un hombre
sin esperanza, Próspero Carreón, decide convertirse en detective. El combate a
las drogas, el vampirismo y el mundo dark
son algunos de los elementos que arrastran a Próspero por los obscuros meandros
de la ciudad de Cuernavaca, escenario que, tras su pasividad dominical, esconde
un mundo de destrucción, sangre y secuestros.
Tal es la
realidad desquiciada en que el protagonista conoce a la joven Azucena Martínez,
cuya nostalgia y vicios privados ponen en riesgo la vida del detective”.
(Arriba: Cubierta de la segunda edición de La Primera Calle de la Soledad. Editorial Vid. 1997.)
ENTRE EL TERROR ‘REAL’ DE LA
NOVELA NEGRA, Y EL TERROR ‘SOBRENATURAL’ DE LA NOVELA GÓTICA
“Escapó de un sueño recurrente, vertiginoso y culpable.
Cuatro veces había matado al taxista esa noche. De cuatro
maneras distintas. A golpes con la navaja, a plomazos. También pasándole las
llantas de un Ford Galaxy por la cabeza.
La boca pastosa, la taquicardia…
Los ecos de una risa que se negaba a desaparecer en el
olvido.
El puto miedo…
Entonces identificó el origen de su despertar. Benjamín insistía,
con golpes temerosos, en la puerta.”
(Gerardo Porcayo. Ciudad Espejo, Ciudad Niebla)
En
español, podemos reconocer entre el Terror (Lo que da miedo) y el Horror (lo
que causa repulsión). Entre más se acerque una historia al cuento cruel, al
gore y las tripas, a la desesperación de las crónicas de torturas, estamos en
el campo del Horror. Entre más nos acerquemos al miedo atávico del conejo al
lobo, de la presa al cazador, a la clásica historia que busca asustarnos y
hacernos dar el salto, estamos en los dominios del Terror.
O
algo así. El caso es que ambas sensaciones molestosas y destructivas son los componentes
clave del subgénero del Terror.
La novela negra, esa mezcla de
metafísica, materialismo histórico y nota roja, también se dedica, entre otras cosas, a evocar
miedo y/o repulsión, aunque en menor grado (y a veces en mucho mayor grado). Un asesino serial, un narco o soldado a punto de
destriparnos, es a la vez repulsivo y aterrador. En eso no tiene nada que
pedirle a Cthulhu o Frankestein.
El
terror es probablemente el género o subgénero literario más sincero. Somos
fantasmas que amamos a fantasmas y perseguimos quimeras. Y si no lo somos aún
en este momento, el tiempo no tardará en ponernos en una tumba o
en una fosa común. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. La
literatura de terror nos pone de nuevo en la situación de ser cazador o presa,
nos quita el disfraz de la apariencia, nos regresa a ser pedazos de carne en un
universo esencialmente hostil que pronto nos desechará.
En
comparación, el resto de los géneros literarios son mentiras piadosas, cuentitos
de los reyes magos.
Las historias de terror son en ocasiones las
que más se acercan a describir lo que es vivir dentro de un cuerpo orgánico. Creo que la literatura etiquetada como
fantástica puede retratar la realidad y sus entresijos tan bien como el llamado
realismo, o mejor.
Sin embargo, desconfío. El pretexto de lo
sobrenatural en el horror y del futuro en la CF para hablar de otras cosas, no
dejan de tener el olor a timo de todos los pretextos.
En la elección que hacen algunos escritores de
la búsqueda de un realismo, me parece ver también una elección ética.
Desconfiar de las propias elecciones.
El
gran defecto de la literatura de terror es la excusa de lo sobrenatural, que es
una mentira, o cuando menos una verdad a medias, un recurso, una convención
artificial.
Tal vez por
eso las mejores historias de terror de la segunda mitad del siglo veinte, no
fueron escritas por neogóticos, por Stephen King o Clive Barker, sino por los
sobrevivientes de los campos de exterminio nazis, de los gulags, de los centros
de tortura y muerte que abundan alrededor del mundo.
Las
narraciones más aterradoras y repulsivas de la segunda mitad del siglo veinte,
no fueron inspiradas por lo sobrenatural, sino por la historia.
(Arriba: Cartel de la película Sangre Eterna. Dir. Jorge Olguín. Chile, 2002)
LA VITALIDAD DE LA
FICCIÓN DE FANTASÍA EN AMÉRICA LATINA
Al
leer CIUDAD ESPEJO, CIUDAD NIEBLA, no
pude evitar el pensar en la película chilena Sangre Eterna (Dirigida por Jorge Olguín en 2002). Tanto la novela
mexicana como el film sudamericano fueron elaborados antes del éxito de sagas
al estilo “Crepúsculo”, y por eso los vampiros que retratan son seres duros y
feroces, demasiado parecidos a los delincuentes del mundo real. En ambos
trabajos se parte de descripciones realistas de la vida nocturna en ciudades
reales, de cómo se la viven los darketos en Santiago de Chile y en Cuernavaca, y
luego se indaga qué tan sombríos y terroríficos pueden llegar a ser esos submundos,
y las historias se vuelven pesadillas.
Si
seguimos con el juego de las comparaciones, tan gratas para los malos críticos aficionados
de segunda, como yo, permítanme agregar que otro de los aciertos de aquella generación
de escritores mexicanos de finales del siglo XX, fue el habitar los centros
urbanos del país –DF, Puebla, Cuernavaca, Guadalajara- con las fantasías y
delirios de la literatura fantástica posmoderna: Los vampiros de ‘Cuernavaches’
en CIUDAD ESPEJO, CIUDAD NIEBLA; los monstruos lovecraftianos ‘pipopes’ en Xanto, Novelucha Libre, de José Luis
Zárate (Ya reseñada en este blog); los ‘chilangos’ futuristas y apocalípticos a
lo Mad Max en el excelente cuento El que Llegó Hasta el Metro Pino Suárez, de Arturo César Rojas…
La realidad es que, fuera de Argentina –donde
existen corrientes más personales y definidas de literatura fantástica desde
Borges, Bioy Casares, Cortázar u Oesterheld-aún son escasas, aunque no inexistentes,
las auténticas obras maestras de terror y ciencia ficción en Latinoamérica (Ya
que hablamos de Chile y de México, ahí están Pedro Páramo y El Obsceno
Pájaro de la Noche, para hablar de los ejemplos más tópicos). Pero en casi
cada país de Centro y Sudamérica hay movimientos locales más o menos
importantes de estos subgéneros, y aunque los productos resultantes aún son demasiado
apegados a los modelos anglosajones, los vacíos que faltan por llenar no
deprimen, sino que entusiasman a la caterva de nuevos autores.
Ahí espera una rica tradición mitológica,
legendaria, terrorífica y fantástica. Un panteón de monstruos, demonios y
deidades que nada tiene que pedirle al de Grecia o Egipto. De La Llorona y El
Imbunche a los narcos y los paramilitares, sobran las figuras terroríficas en
Latinoamérica.
Al primer intento de escribir una novela,
Horacio Gerardo Porcayo metió el ciberpunk a su país. Al segundo intento, hizo
otro tanto con la literatura dark. Por eso es parte ya de la historia de la
literatura mexicana. Pero no se engañen por ese último comentario rimbombante. Porcayo parece tener aún mucho por dar, y es de los escritores del
mexican underground a quienes conviene seguirles la huella.
Por cierto...
¡2 DE OCTUBRE, NO SE OLVIDA!
¡2 DE OCTUBRE, NO SE OLVIDA!
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