(Arriba: retrato de
Coetzee, por Adam Chang)
J. M. Coetzee nació en Sudáfrica
y vive autoexiliado en Australia. En la mayoría de sus novelas trata directa o
indirectamente el tema de la historia de su país, del odio y la frustración que
nacen del colonialismo.
Por eso sus libros pueden ser particularmente
emotivos y significativos para los habitantes de las excolonias.
Invadir un país es como violar
sexualmente. No es “como”: va incluido, literalmente hablando. Una declaración
de Independencia –dejar marchar al abusado luego de haberse cebado en él- no
resuelve el problema. La derrota y violencia que queda es una enfermedad que ni
la venganza cura. Un cáncer. Los daños se extienden siglos más allá
de la ocupación. “Es una vergüenza ganar una guerra”, repetía Curzio Malaparte
en La Piel.
Tal vez por eso las mujeres
violentadas –por abuso sexual, por una enfermedad mortal, por el patriarcado– simbolizan de algún modo, en las novelas de Coetzee, a su país.
Pero no es la historia su único
tema (ni el principal). La soledad e indefensión del
individuo en medio de su propia colectividad, el estar hecho de carne apestosa
y mortal, como los demás animales, y aun así tener que ocuparse de temas
baladíes, como La Patria y El Infinito, parecen las verdaderas piedritas en los
zapatos de Coetzee. No quisiera estar en sus zapatos. Pero lo estoy. Quién me mandó a ser humana.
(Arriba: Bancos
segregados para blancos y negros en la Sudáfrica del apartheid.)
Me he encontrado con gente que
presume no leer ningún “Nobel”, por considerarlo mainstream, o algo así. Esos “lectores” (A veces leyeron nomás a
Bukowski) parecen olvidar que los premiados casi siempre escribieron sus obras
fuera de la fama y de los reflectores, como cualquier otro autor.
Negarse a leer libros con la
etiqueta ‘Nobel’ por ser mainstream,
es tan estúpido como negarse a leer a un autor de CF o de historietas por… (Bueno,
como ni escucho a los que hablan mal de historietistas y escritores de CF, no
sé de qué los acusan): ambas actitudes muestran poca amplitud de miras.
En fin.
Leí nueve de las doce novelas de
Coetzee publicadas hasta la fecha, y dos
de los tres libros de su autobiografía novelada (Sus ensayos van aparte). Hasta hoy, las siguientes son mis tres novelas preferidas de J. M. Coetzee:
3-'EN
MEDIO DE NINGUNA PARTE'
In the Heart of
the Country. 1977.
“Este no es el hogar de
Hendrik. Nadie tiene ancestros en este territorio, en estos pedregales
desérticos: nadie salvo los insectos, y entre ellos estoy yo, un escarabajo
magro y negro, con alas de mentira, que no pone huevos y parpadea al sol, un
verdadero rompecabezas para el entomólogo”.
(J. M. Coetzee. En Medio de
Ninguna Parte)
Segunda
novela de Coetzee (No he leído la primera, Dusklands, de 1974) y la más delirante de sus
obras hasta la fecha. Es el diario de una mujer que va enloqueciendo
progresivamente, por lo que el libro recuerda en su estructura a Diario de un loco, de Nikolai Gogol, o
al cuento de Lu Xun de título homólogo.
Pero a
diferencia de los geniales relatos de Gogol y Lu Xun, Magda, la protagonista de
esta historia, no se inventa un mundo ficticio para huir de su agobiante
realidad.
¿Se
pueden tener alucinaciones lúcidas?
Novela
densa y realista, monocorde, porque sólo oímos la voz de un personaje amargado
y corroído, y es a través de sus recuerdos y opiniones que nos enteramos de lo
que sucede.
Una
narración violenta y sexual.
Una
mujer en medio del páramo surafricano. La acompañan únicamente su padre y unos
criados negros. Su padre la desprecia por no haber nacido hombre, apenas y le
dice algo. Y a los negros no se les debe hablar.
Nadie la
acompaña, sólo están ahí, como las piedras.
Y al
final, las piedras resultan ser mejores para comunicarse. Y las balas.
2-'LA EDAD DE HIERRO'
Age of Iron. 1990.
“La
televisión. ¿Por qué la veo? El desfile de políticos todas las noches:
solamente tengo que ver esas caras toscas e inexpresivas, tan familiares desde
la infancia, para sentir abatimiento y náuseas. Los matones de la última fila
de pupitres de la clase, chavales torpes y huesudos, ya crecidos y ascendidos
para gobernar la tierra. Con sus padres y sus madres, con sus tías y tíos, con
sus hermanos y hermanas: una horda de langostas negras infestando el país,
masticando sin cesar, devorando vidas. ¿Por qué los sigo mirando, si me llenan
de horror y de asco? ¿Por qué dejo que entren en la casa? ¿Tal vez porque el
reinado de la familia de langostas es la verdad de Suráfrica, y la verdad es lo
que me pone enferma? Ya no se molestan en arrogarse legitimidad. Se han
sacudido de encima la razón. Lo que los absorbe es el poder y el estupor del
poder. Comer y beber, masticar vidas, eructar. El parloteo lento y con la
barriga llena. Sentados en círculo, debatiendo pesadamente, emitiendo decretos
como mazazos: muerte, muerte, muerte. Sin preocuparse por el hedor”.
(J. M. Coetzee. La Edad de Hierro)
(J. M. Coetzee. La Edad de Hierro)
Otra mujer es la narradora de
esta novela. Una vieja maestra que está a punto de morir de cáncer óseo y le
escribe una larga carta a su hija. Eso es la novela: La carta de una moribunda.
La vieja cuenta cómo en el cobertizo
de su casa se han quedado a dormir durante las noches un vagabundo negro y su
perro. En lugar de correrlos, termina formando con ellos la caricatura de una
familia. "Sin amistad, sin sexo, sin amor", lo que une a la vieja blanca
cancerosa y al negro vagabundo es la incapacidad para escapar de lo que se los
traga: el abismo de la muerte, de la miseria, de la guerra que carcome como un
chancro a Suráfrica.
Son los tiempos del Apartheid. El
país se encuentra en estado de sitio. Hay motines y enfrentamientos violentos
en las calles. Los blancos empezarán a dialogar con los negros en unos años,
pero mientras, prefieren vaciar en ellos los cartuchos de sus pistolas.
Si En Medio de Ninguna Parte es la novela más delirante y psicópata de
esta pequeña lista, La Edad de Hierro
puede ser considerada la más realista, y Esperando
a los bárbaros, la más alegórica.
Las amargadas y avejentadas voces
de las narradoras femeninas de En Medio
de Ninguna Parte y La Edad de Hierro
recuerdan a Winnie, la protagonista de la obra Happy Days, y a Maddy Rooney, personaje principal de la obra de
radio Todos los que caen (All That fall), ambas escritas por
Samuel Beckett. Se sabe que Coetzee se recibió en Literatura con una tesis
sobre Beckett, y que es uno de los escritores vivos que más han sabido
aprovechar la lectura de las obras del autor irlandés. Las situaciones límite
que llevan a la taradez física o a la marginación–Vejez, parálisis, impotencia,
enfermedad, pobreza, vagancia –son hábilmente usadas por Beckett y Coetzee
para desvelar lo orgánico y lo “espiritual”, lo que de esencial y oculto por
las convenciones existe en el ser humano.
Leí está y la anterior novela
durante mi estancia en Oaxaca, en la biblioteca del IAGO, fundada por el pintor
Francisco Toledo, la mejor biblioteca de arte del país, que ahora quieren
cerrar los malos políticos de siempre, para que libros como estos no puedan ser
leídos por los jóvenes Oaxaqueños.
Y tienen razón. Si yo fuera un
político de mierda, tampoco me agradaría que los jóvenes de mi país leyeran a
Coetzee.
1-'ESPERANDO A LOS BÁRBAROS'
Waiting for the
Barbarians. 1980.
“Esperando
a los bárbaros (1980) transcurre en la frontera nómada de un imperio no
menos oblicuo que histórico, en tanto alegoría descarnada del coloniaje
occidental. El Magistrado aguarda su jubilación y la muerte para merecer, al
menos, tres líneas en letra pequeña de la gaceta imperial. Defensor del
"comportamiento civilizado", a veces desearía gobernar un mundo en
donde el chacal no arranque las entrañas a la liebre. Pero el Magistrado habría
de enamorarse de una joven bárbara torturada por los soldados del Imperio, y se
rebelará frente a la injusticia, la violencia y el poder, propiciados por él en
otro tiempo.”
Eso leí en las tapas del libro
cuando lo compré, editado como parte de la colección Fin de Siglo (que entre otras gracias tenía la del buen precio),
unos ocho años antes de que le dieran el Nobel a Coetzee. Para mí, fue la mejor
novela de la colección.
Los que dicen que ese premio se
lo dieron a Coetzee por razones políticas, vuelven a demostrar que no saben de
lo que hablan. ¿El Nobel, dado por cuestiones políticas, por conveniencias
perversas? ¡Por supuesto que sí, a cada rato! Poca gente es más hipócrita y
sucia que esos viejitos suecos que se creen las Paty Chapoy y las “Señorita
Laura” de la literatura mundial. Pero cuando le toca a un escritor de culto, le
toca. Y este señor John Maxwell lo era mucho antes que los de la Academia le
echaran el ojo. Ya hablé de ese fútil tema al principio.
Después de leer Esperando a los Bárbaros, la película Danza con Lobos se me hizo una friolera,
un fraude. El mismo tema, tanto, que es de sospechar el plagio, pero Danza con lobos se queda en una
autocomplaciente superficie, el anterior invasor y enemigo incluso se redime. Danza… es una deformidad de Esperando a los Bárbaros hacia la “buena
onda”. Es algo así como el tul ñoño y rosa que Walt Disney le puso a La Sirenita de Andersen.
De un lado, el Imperio, representado por el magistrado, el narrador, un hombre culto y sensible, aunque
algo lúbrico; y el coronel, que es un experto torturador. Del otro lado de la
muralla: los bárbaros, los originales dueños del lugar, tribus de nómadas, grupos
grisáceos, se difuminan sus rasgos de tan poco que son considerados humanos.
En esa región en los confines del
imperio, que podría estar en África, pero también en otro continente, el
magistrado es un antihéroe que cumple con su función de ser tibio. Incapaz de
defender primero, y luego de triunfar defendiendo aquello que ama, su verdadera encomienda consiste en
justificar el crimen, cubrirlo con una pátina de hipocresía y de buenas
maneras.
Él, el magistrado –El político, el egresado, el jurista, el artista-, y el militar –El asesino, el torturador-, son complementarios: “Yo era la mentira que un imperio se cuenta a sí mismo en los buenos tiempos. El coronel era la verdad que un imperio cuenta cuando corren malos vientos. Dos caras de la dominación imperial, ni más ni menos”.
Él, el magistrado –El político, el egresado, el jurista, el artista-, y el militar –El asesino, el torturador-, son complementarios: “Yo era la mentira que un imperio se cuenta a sí mismo en los buenos tiempos. El coronel era la verdad que un imperio cuenta cuando corren malos vientos. Dos caras de la dominación imperial, ni más ni menos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario