(o cómo hacer algo mejor que un remake)
DE GOJIRA A GODZILLA
o cómo hacer algo
mejor que un remake
Desde 1956, El fusil o remake ha
sido el modo preferido por Hollywood y sus colonias culturales -nosotros- de
aprovechar el cine y la cultura japonesa y oriental en general. Es en ese año
cuando la mayor estrella del cine nipón, Gojira, el lagarto marino convertido
en monstruo por gracia de los experimentos con bombas atómicas, es rebautizado
por el productor gringo Joseph E. Levine como Godzilla -supuestamente para que
el nombre sea más fácil de pronunciar para los anglosajones-, y cuando es
vendida su película en el resto del mundo.
Levine también
mandó remontar la película original de 1954, atenuando la denuncia sobre el
peligro de las armas nucleares, pues consideró que aún estaba fresca la herida
de Hiroshima y Nagasaki. Para enganchar a la audiencia occidental, mandó filmar
nuevas escenas donde mete a huevo a un periodista estadounidense, que termina
siendo en la re-invención hollywoodense el actor principal, haciendo a un lado
a los japoneses. Incluso olvidó darle su crédito al director original,
Inoshiro Honda.
Estos juegos a costa de Gojira
llegan a su cúspide cuando la versión gringa de "King Kong vs. Gojira",
re-elaboración de la japonesa dirigida en 1962 por el mismo Inoshiro Honda,
convierte el filosófico empate de la versión original en un triunfo eminente
del gorila gigante, volviéndolo un símbolo del triunfo de Estados Unidos sobre
Japón.
Desde entonces, han salido tantos
fusiles occidentales del cine oriental, que se podría dedicar un libro completo
al tema. Por ello no es mi intención, ni mucho menos, hacer un recuento de
todos los crímenes cometidos en su nombre. Los más afortunados han sido tal vez
los hechos a costa de Akira Kurosawa. En 1960 John Sturges rueda la versión
gringa de los "Siete samuráis" (Shichinin
no samurai, 1954),
convertidos en los "Siete magníficos". Este fusil es tan fiel al original hasta
en los diálogos, que la mera conversión del Japón rural y feudal al México del
siglo XIX, y de los samuráis en guapos rubios vaqueros con Yul Brinner a la
cabeza, convierte a una película originalmente izquierdista y socialista en un simpático
discurso fascista y proimperialista.
En 1964, Sergio Leone empieza con un fusil de
Yojimbo (1961) su trilogía spaghetti-western, y al mismo tiempo que da un
melancólico canto del cisne al género del oeste, lanza a la fama a Clint
Estwood. Década y media después, George Lucas convertiría a los dos carismáticos
ladrones japoneses de la "Muralla escondida" (Kakushi toride no san-akunin, 1958) en Arturo y Ci-trip-io, y trasladaría el Japón feudal a una
Guerra de las galaxias.
La muestra más triste del
callejón sin salida al que conduce el imitar las tramas y tópicos japoneses y
trasladarlos sin más a occidente, la da tal vez el remake de Ju-On (2003),
título que en japonés encierra dos palabras, rencor y maldición, y que en
Estados unidos fue traducido como The Grudge (2004). Es triste sobre todo porque
el remake fue encargado -de modo inusual y sorprendente para una industria que
se burla de los derechos de autor de realizadores extranjeros- al director
original japonés, Takashi Shimizu. El experimento, realizado a instancias de
Sam Raimi –creador de Evil Dead-, transfiguró la que ha sido considerada como la
primera película de terror del s. XXI (Las primeras entregas de la saga, los geniales “videohomes”
Ju-On: The Curse, se remontan a 2000), en una “Buffy la
cazavampiros vs. fantasmas japoneses”.
Mejor en mi opinión fue The Ring(2002),
el remake que Gore Verbinski hizo de Ringu (1998), de Hideo Nakata. Mejoró
aspectos como el maquillaje y agregó secuencias como la del granero, aunque
prefiero el final más abierto y “lovecraftiano” de la versión nipona.
También en México se dan casos de esta moda fusilera oriental,
aunque en su versión tepiteña. Y no me refiero a la piratería, el mejor modo de
dar trabajo a los desempleados y difundir la cultura entre la banda al mismo
tiempo.
(Y aquí aprovecho para decir que
no se crean lo que dicen de la piratería, y lo digo como creadora y como
consumidora. La piratería sólo afecta a los industriales, que le dan una mierda
al creador y le cobran un chingo al consumidor. La piratería es cultura, y no
hay mejor ejemplo de ello que el cine oriental, que si lo conociéramos sólo por
lo que traen los Cinemas Gemelos, no
conoceríamos nada. Gracias a la piratería podemos ver películas que no sean
gabachas ni de “besar sapos”...)
...Regresando al tema, dos
ejemplos de fusiles a la mexicana de la cultura oriental: Uno, el de "Las
Lloronas" (Lorena Villareal, 2004), película de una directora de cuyo nombre no quiero acordarme,
que imita a los fantasmas de Hideo Nakata en el diseño del cartel promotor. La película en sí deja mal parados tanto al cine mexicano
como a La Llorona, nuestra aportación cinematográfica a la galería de los
Dráculas, Frankesteins y Gojiras. Otro ejemplo: los imitadores del
manga o cómic japonés, que dibujan y escriben versiones mexicanas, malas, de
malos cómics orientales -porque ni siquiera conocen los buenos mangas-, olvidando o ignorando de plano las búsquedas hacia
una historieta nacional con estilo propio, de los grandes dibujantes mexicanos:
Peláez, Luis Fernando, Ahumada, Quintero, Clément, etc...
Si vine aquí a hablar mal de los
fusiles, algo tengo que proponer a cambio, supongo. Para ello, nada mejor que
ver el modo en que Japón aprovecha las culturas extranjeras de las que recibe
influencias. Japón tuvo la maldición de ser vecino del imperio más antiguo
que ha llegado hasta la fecha, China, del mismo modo que nosotros estamos tan
lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Si Japón hubiera defendido a
ultranza una cultura antagónica de la China, está hubiera sido aplastada por
los mandarines. Así, Japón ideó un sistema de regurgitamiento de la cultura
extranjera que es hasta hoy, quince siglos después, un ejemplo de cómo los
países más pobres -económicamente hablando- podemos defendernos y al mismo
tiempo aprovechar la invasión cultural de los más gandallas.
Japón convirtió artes chinas como
la caligrafía, la pintura y el teatro, en formas tan personales que son una
nueva forma de ver el arte, influenciadas pero al mismo tiempo alejadas de los
cánones y tópicos chinos, y muy a menudo incluso antagónicas o en contra de
estos. Algo parecido hizo Japón con el cine, convirtiendo a Walt Disney y sus
cursis Bambis en los Akiras e Ichi the killer que conocemos. Otro ejemplo más,
esa respuesta japonesa a las vanguardias plásticas occidentales que es la
danza Butoh.
Y esta es mi propuesta: en vez de fusilarnos los estilos,
las manieras y vicios del arte
japonés, sea en cine, historieta o pornografía, mejor aprendamos cómo es que los japos llegaron a esos estilos.
Aprendamos de sus tácticas para sobrevivir en un mundo que se volvió
apocalíptico desde que en 1945 Estados Unidos estrenó en Japón la nueva
democracia y la nueva libertad con su bomba H. Cuando los mexicanos realicemos animaciones tan influidas pero a la vez tan alejadas de, por ejemplo, el largometraje de animación Akira (Katsuhiro Otomo,1988), como este se aleja de "La dama y el vagabundo", y realicemos historietas tan alejadas de Uzumaki (1998) como este manga de Junji Ito se aleja de "Superman", es cuando por fin habremos aprovechado la cultura japonesa, y no haciendo monos con ojos grandes, ni la penúltima fantasma japonesa con cabello a lo Daniela Romo.
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